15/10/13

Lo que quiera

Mi madre se tomó mi educación muy en serio. Todos los años se reunía con mis profesores para interesarse por cómo íbamos en clase (sí, incluso cuando lo más difícil era hacer un dibujo). A mí no me hacía ni pizca de gracia aquella costumbre, puesto que siempre iba seguida de alguna bronca en casa. Aún no sé porqué se empeñaba mi madre en ir a que año tras año le contaran lo mismo: Que muy aplicada y muy lista su hija pero también muy chapucera y muy charlatana. Incluso cuando me aislaban en clase (literal: a la derecha el perchero, atrás la pared y a la izquierda y delante de mí mesas vacías) conseguía hablar con alguien. ¡Pero si eso mi madre ya lo sabía que me aguantaba en casa!

A mi madre siempre le dijeron que yo, además de charlatana, estudiosa y vaga -especial énfasis en esto último-, era bastante determinada; "que podría hacer lo que yo quisiera", decían. No sé si referían a mi carácter mandón, a mi mal genio o a mi futuro, pero ¿sabéis qué? Me lo creí. Y así, mi paso por el colegio, el instituto, el conservatorio y la universidad fue acompañada de un halo de autosuficiencia; la que te da saber que vas a bordar ese examen tan difícil, que vas a aprobar sin problemas ese trabajo o que ni siquiera necesitas ponerte nerviosa. ¿Suerte? A mí no se me deseaba tal cosa, eso era para el que no va preparado. Yo iba a por nota. (Repelente, lo sé).

Afortunadamente al saltar al panorama laboral y dejar atrás el patio del colegio te das cuenta de que hay factores como la suerte que serán vitales en tu día a día. Que además de creerlo y trabajarlo, tendrás que estar en el momento y sitio adecuado para poder tener éxito. Porque como en el deporte, para ser campeón además de ser el mejor, tienes que tener la fortuna de tu lado. Pero, no obstante, nunca he dejado de recordar aquello que me auguraron algunas de mis profesoras. Sigo creyendo que puedo conseguir lo que quiera porque la vida me lo ha demostrado así. Cuando he querido algo no he dudado: he ido directamente a por ello hasta lograrlo. Ahora más que nunca creo en mí y en mis capacidades. Trabajar, trabajaré duro. Ya sólo me falta ese trocito de suerte que nunca pedí. ¿Será por eso que ahora sí soy capaz de ponerme nerviosa?

10/10/13

Un trocito de Atotxa

Como sabéis, una de mis grandes pasiones es la Real. Es una afición que surgió por generación espontánea y que ha ido creciendo a base de regarla con derrotas y éxitos, como local y como visitante, en el sofá y en el campo, y siempre con la mejor de las compañías. 

El pasado mes de julio recibí por mi cumpleaños un regalo especial. Un libro escrito por un periodista que no dedica su pluma al fútbol pero que sí comparte esta pasión. "Mi abuela y diez más", de Ander Izagirre

Esta joya de poco más de 100 hojas es un relato largo que recomiendo encarecidamente a todos aquellos que profesan un gran odio al fútbol moderno y que añoran aquellos años en los que los campos eran barrizales, los futbolistas podían ser calvos, las aficiones aún ganaban partidos y David podía ganar a Goliat.

Para mí ha sido un tesoro que me ha regalado momentos que no viví, anécdotas que no conocía pero que indudablemente llevan el sello de Atotxa y recuerdos con los que me reencuentro. Ander refleja lo irracional de este sentimiento, lo frívolo de esta pasión, escondida tras una falsa cordura. Nos explica lo intenso que puede llegar a sentirse un gol, incluso si lo descubres con 24 horas de retraso. Lo cercano que te puedes sentir a un lugar, aunque estés a miles de kilómetros. Lo absurdo que te puedes llegar a sentir cuando entiendes que eso que tanto quieres ni si quiera afecta a tu vida personal. Y lo profundo que puede llegar a ser ese sentimiento por algo que es más que un equipo: que arrastra consigo una filosofía, una historia, una identidad, unos fracasos y unos éxitos que son tuyos.  

Con sus palabras Ander me regala un trocito del Atotxa que nunca pisé...

P.D. No he podido evitar copiar este fragmento, este recuerdo imborrable de lo bajo que puedes llegar a caer. Conviene no olvidar que del infierno al cielo hay un sólo camino pero con dos direcciones...
"La desolación polar vino al año siguiente, el 4 de octubre de 2008. La Real jugaba en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán, donde antaño peleó por ganar Ligas, pero esta vez estaba en Segunda y no se enfrentó al Sevilla sino a su segunda equipo, el Sevilla Atlético. Hay pocas cosas más humillantes que jugar contra un filial. Y encima lo dieron por la tele. El estadio estaba vació, los gritos de los entrenadores se escuchaban con nitidez y los pelotazos resonaban con eco. Daban ganas de llorar. Debió de ser uno de los diez peores partidos de la historia del fútbol y yo me lo tragué entero. (...) El Sevilla Atlético, colista muy hundido de la Segunda División, encajó 89 goles aquella temporada. La Real ni siquiera le disparó a puerta. (...) Pasé setenta minutos viendo en la pantalla un marcador que decía Sevilla Atlético 1; Real Sociedad, 0. Y así se quedó para siempre". 
Yo estuve allí. 


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